Bill Jones (cinta negra bajo Pedro Sauer)
Nunca olvidaré mi primer día de entrenamiento de jiu-jitsu brasileño. Realmente cambió mi vida y la dirección que seguiría en mi entrenamiento de artes marciales, por siempre. Antes de llegar a este punto, permítanme contarles sobre mí y mi pasado.
En 1985 comencé a entrenar Tae Kwon Do después de haber visto la película “Karate Kid”. Con el paso de los años llegué eventualmente a entrenar kung fu también. En 1993 Royce Gracie conmocionó al mundo de las artes marciales cuando participó en el primer UFC y eliminó a toda la competencia con poco esfuerzo. Como muchos de los “artistas marciales tradicionales” de aquellos días, descarté este hecho considerándolo un golpe de suerte. En mi mente no había manera de que él pudiera hacerme eso a mí o a cualquiera que yo conocía. Así continué e incluso escribí un ensayo de diez páginas acerca de por qué creía que el BJJ era un arte marcial ineficaz. Luego, a inicios de los 2000, comencé mi entrenamiento en el jiu-jitsu japonés tradicional. Disfrutaba realmente del aspecto del grappling y suponía (como muchos aún lo hacen) que era tan bueno, o mejor, que el jiu-jitsu brasileño. Al poco tiempo de obtener el cinturón negro en este arte (en 2002. Sí, solo me tomó dos años obtenerlo) fui enviado a Irak. Mientras estuve fuera, el propietario de la academia donde enseñaba contrató a un instructor de BJJ llamado Tony Rinaldi para que diera clases (se me prometió que podría continuar cuando regresara). Fue entonces que experimenté el mayor punto de quiebre en mi vida.
Un viejo adagio dice “cuando el estudiante está listo, aparece el maestro”. Para mí ese fue el día en que conocí a Tony Rinaldi. Cualquiera que haya conocido a Tony va a reírse ante la idea de que lo llame “maestro”. Es un italiano pelirrojo y vehemente que camina por el tatami masticando y siempre con una escupidera a la mano. Grita bastante, cuenta chistes groseros, muchas veces fastidiando a sus estudiantes y creando una sensación de estar en un “locker room”. Sin embargo, su entendimiento del jiu-jitsu (y de las artes de combate en general) no tiene paralelo. Él puede ver y aplicar el jiu-jitsu a toda su vida y siempre trata de hacerlo. Es algo raro en él que esté intranquilo por algo. Sus habilidades en las artes marciales solo son superadas por su compasión por los otros. Es un amigo fiero y cualquiera que lo haya visto trabajar con niños o personas con problemas de desarrollo siempre se asombran al verlo.
Regresé a mi dojo por primera vez después de más de un año y un hombre me saludó como si fuera su amigo perdido por mucho tiempo. Yo nunca lo había visto y nunca lo había conocido, pero inmediatamente me aceptó como su par (no me trató como su subordinado o como alguien que estuviera bloqueando su camino). Como era costumbre para mí, usaba mi tradicional cinturón negro de ju-jitsu en la clase. Él no se impresionó en absoluto, simplemente dijo: “¿Quieres dar la clase tú o quieres que la dé yo?”. Yo respondí que había escuchado que él era bueno y que quería tomar la clase con él “si le parecía bien”. Sin embargo, en el fondo de mi mente mi ego estaba gritando a rabiar. Honestamente pensé que NO aprendería nada de valor. ¡No podría haber estado más equivocado! Ese día aprendimos a pasar la media guardia y a encajar la Americana desde cien kilos. Por primera vez en mucho tiempo, me dí cuenta de lo que significaba ser un cinturón blanco de nuevo.
Recuerdo mirarlo y decir “son tantos pasos… ¿cómo pueden recordar todo esto?”. Él solo respondió: “Requiere más pasos caminar de tu auto al edificio. Pareces hacer eso bien. Solo toma un poco de práctica”.
A pesar de quedarme sorprendido de la bondad de la gente en la clase y las complejidades de lo que estábamos aprendiendo, mi ego aún se rehusaba a rendirse. A medida que nos acercábamos a la parte de rodada libre en la clase, imaginaba que iba a destruir a todo mundo. Después de todo, yo ya era cinturón negro en ju-jitsu. Tony me hizo rodar con él primero. Lo derribé, pasé su guardia y lo finalicé con la Americana que habíamos aprendido. Me dije a mí mismo que lo había hecho porque “yo era mejor”, pero pronto aprendería algo distinto.
Después de eso, un tipo más pequeño, llamado John Fleet, roló conmigo. En lo que para mí fue un abrir y cerrar de ojos él ya había pasado mi guardia, me montó y me finalizó con una palanca de brazo. Cuando le pregunté si él podía ganarle a Tony, él me respondió rápidamente: “Ni estoy cerca de eso. Él me destruye”.
Continué rolando con unas cuantas personas más, siempre con resultados similares.
Salí de ahí poco después y peleé con mi ego durante toda la noche. No podía entender que el instructor me dejara ganar. Él me permitió aprender perdiendo. Yo era una persona con una experiencia de veinte años en artes marciales, tenía tres cinturones negros y un montón de entrenamientos especializados: y no tuve ni una oportunidad de ganar contra estos muchachos que llevaban solo unos meses entrenando. En ese momento tuve una epifanía. Una epifanía que es difícil de creer o aceptar para muchos: era un cinturón blanco. Cuando llegué a mi casa esa noche, fui a mi armario y encontré un cinturón blanco nuevo, que había venido como accesorio de uno de mis kimonos. Guardé mi “cinturón negro de ju-jitsu” y juré no usarlo nunca más hasta que lo consiguiera en jiu-jitsu brasileño.
Cuando regresé a la academia el día siguiente, Tony vio mi cinturón blanco y dijo “No tienes que hacer esto”. Yo respondí con lo único que podía decir: “Sí, tengo que hacerlo”.
Me alegro de haber tomado esa decisión por muchas razones. Esa fue la primera derrota verdadera de mi ego. A pesar de tener cinturones negros por muchos años; en mi mente, me dí cuenta de que debía mantener siempre la mentalidad de un cinturón blanco.
Hoy en día es un hábito para mí ver cuántas veces me finalizan en una clase. Me pongo en las peores posiciones que puedo imaginar y trato de escapar de ahí; y lo repito frecuentemente. Intento nuevos movimientos constantemente, o utilizar movimientos diferentes en nuevas situaciones.
El mestre Pedro Sauer dice “Entrena con la mentalidad de un cinturón blanco. Aprende de todas las personas que conozcas sin importar su rango. Si un alumno va a un seminario, mira qué es lo que ellos han aprendido y agrégalo a tu jiu-jitsu”.
A mis hermanos, hermanas y amigos que están entrenando jiu-jitsu brasileño: yo hago eco de lo que el maestro dice. ¡Nunca dejen de ser cinturones blancos! ¡Sé que yo no dejaré de serlo!
Tomado de: http://wbbjj.com/first-day-of-bjj/}
traduccion y adaptacion Carlos Krapp / Pasando Guardia